Nací el 7 de Enero de 1988 en Chiquinquirá, Boyacá. La famila por parte de mi padre es de este departamento y por eso mis papás resultaron allá desde hacía 7 años. Al día siguiente de yo cumplir mi primer año de vida, llegamos al llano. Esa fue tremenda travesía, ya que era una decisión que cambiaría notablemente nuestras vidas. Esa es la razón por la que, a pesar de que me siento honrada de la tierra donde nací, el llano hace parte de mi alma.
Tener infancia llanera en Fuentedeoro, Meta, es de los regalos que más agradezco a mis padres. La felicidad de la vida rural para una niña sensible y ansiosa, no tenía comparación. Mi papá siempre tuvo un espíritu aventurero y eso fue vital para mi construcción como viajera. Eso combinado con el desparpajo e inteligencia arrolladores de mi madre, me dieron el material inicial para enfrentar esta vida.
Ellos tenían la buena costumbre de llevarme de paseo a un lugar desconocido y maravilloso para celebrar mi cumpleaños. Desde ese entonces, he mantenido esa costumbre religiosamente.
Desde chiquita con espíritu pateperro
Una vez armaron un bici paseo en el pueblo. Fuimos varios chicos del colegio y mis papás. Por estar viendo algún animal en el camino, me separé del grupo y me perdí. Iba en una bici y seguí pedaleando, sin encontrar el camino. Cuando todos llegaron al pueblo, se dieron cuenta de que yo no estaba. Yo tendría unos 9 años.
Seguí pedaleando y encontré finalmente el camino después de muchos kilómetros y cansancio. Cuando llegué a casa, estaban todos reunidos frente a ella, preocupados por mi paradero. No pensé que causaría tanto revuelo y decidí que llorar era lo mejor que podía hacer en ese momento.
Pero mi papá se acercó y me dijo que después de una experiencia así no debía llorar, sino llegar muy orgullosa de haberme perdido para luego encontrar el camino de regreso por mis propios medios y con bien.
Desde ahí entendí que no está tan mal perderse y que estaba destinada a recorrer caminos poco conocidos. Quedé con ganas de más. Solía escaparme para irme a caminar por las mesetas de mi pueblo, un lugar al que llamé predilecto porque podía ver la llanura en todo su esplendor.
Mi abuela paterna vino a visitarnos desde Boyacá y yo, con 8 años, moría de ganas por mostrarle ese lugar favorito. Sin avisarle a mis padres, mi abuela y yo nos fuimos a caminar como por 3 horas.
Mis padres estaban súper preocupados, porque mi abuelita ya estaba bien entrada en años y hacía horas no aparecíamos. Mientras ellos sufrían, yo era feliz mostrándole los cangrejitos de agua dulce a mi abuelita, enseñándole mis atajos y subiéndola a mis árboles favoritos.
Cuando llegamos a casa, mi abuelita estaba con los pies inflamados y un dolor de articulaciones tenaz, pero eso sí, muy feliz. Obviamente mis papás me dijeron que debía medir esas escapadas. No tenían ni idea de que yo era capaz de irme tan lejos y de que conociera todos esos recovecos. Ese es uno de los recuerdos más hermosos que tengo de mi infancia.
Mi encuentro con la música
Solía sorprender a mis padres con habilidades que ellos ni se imaginaban. Como la vez que me subí a un escenario a cantar Collar de Perlas de Marbelle, que en ese año estaba tan de moda. No daban crédito a que yo me hubiera subido ahí sin que nadie me dijera nada y menos, de que pudiera cantar frente a una multitud sin inmutarme y sin desafirnar.
Desde ahí me apoyaron y me motivaron a cantar. Toqué trompeta en la banda de mi pueblo, tomé varias clases de técnica vocal y me solía parar en el escenario de la escuela y del colegio a cantar. Yo notaba que la gente más que aplaudir, estaba como sorprendida.
En mi mente pensaba que causaba más miedo que gozo musical. Yo quería ver a la gente cantar y bailar, pero se quedaban quietos, mirándome fijamente y nunca supe cómo responder a eso. Pero en cualquier evento, me pedían cantar algún éxito de balada ochentera como Chico de mi barrio y Qué Bello de la Sonora Dinamita.
La trompeta me dio una potencia vocal impresionante, por lo que mis papás me apodaron Estentor, ese personaje de la mitología griega que con un sólo grito dejaba congelados a sus enemigos y animaba a sus amigos en el campo de batalla.
Nunca supe si estaba haciendo algo bueno o malo porque me pedían bajar el volumen de mi voz o cantar más pasito para no ahogar las voces de mis compañeros cuando había presentaciones grupales.
Yo amo a mi pueblo, pero el aspecto social siempre fue un reto para mi. Había muchísimo bullying, con algo de violencia misógina y machista, muy común en las tierras llaneras al menos por esas épocas. Así que convertí mi educación musical y mis gustos en algo personal, casi que secreto.
Aún así, la creatividad y la particularidad de mi familia no pasaban desapercibidos y fuimos llamados La Familia Addams en algunos corrillos.
El Bullying
Tuve días muy felices pero obvio no faltaba el elemento medio trágico. No me querían mucho en la escuela primaria. Mis compañeros me describían como una niña prepotente y sabelotodo. Disfrutaba estudiar, aprender era algo natural y ni siquiera me esforzaba. Y así fue hasta el último día de estudio.
Caía tan mal que una vez unas niñas armaron parche con el único fin de golpearme al final de las clases. Debido a ese incidente, me cambiaron de curso, a uno lleno de posibles criminales y bullys mucho más grandes que yo.
Soy bastante distraída con algunas cosas, y eso fue motivo de burlas y bromas pesadísimas. Poco o nada sabía sobre el manejo de mi propia ansiedad y solía sucumbir fácilmente. Caía en las bromas porque no entendía y sigo sin entender los chistes con doble sentido. Tampoco entiendo el sarcasmo. Lo que rescato de todo ese año, es que no me puse triste ni un día y me valió huevo lo malo.
Chimbilai
Cuando tenía unos 8 años, perdí mis dientes delanteros los cuales duraron más de 2 años en salir nuevamente y quedé con mis colmillos grandotes totalmente expuestos, rasgo que me hizo ganar el apodo de Chimbilai, una manera de llamar a los murciélagos en algunos pueblos calentanos de mi Colombia.
Aún después de muchos años y con los dientes ya erupcionados, me seguían diciendo así. Mi pueblo tiene la peculiaridad de que jamás te puedes deshacer de un apodo. De hecho, si tienes hijos, ellos heredan también el mismo sobrenombre y hacen su respectiva adaptación para cada familiar.
Después de la paliza en 5to de primaria, entendí que debía aprender a defenderme. Cuando llegué al bachillerato, recuerdo que el primer día de clase, un chico me gritó: -¡Oe, chimibilai!- Y yo estaba decidida a romper con ese apodo como fuera y a no dejármela montar de nadie. Así que tomé una piedra y se la tiré.
Le cayó en toda la cabeza y nadie podía creer que me atreviera a algo así. Aproveché para gritar que al próximo que me llamara así, recibiría también su buena pedrada. Y así fue como logré eliminar ese apodo después de casi 7 años.
Mis papás eran muy estrictos pero no intervenían en mis tareas. Solían dejarme libros regados por la casa para que yo los ojeara como cosa de la casualidad. Era su manera de motivarme a la lectura. Me enseñaron a declamar y mi papá me enseñó a cantar. Solía ser destacada en todo lo académico y artístico. Obviamente eso me hacía una niña intimidante.
El Colegio
Cuando celebraban el día de la mujer, los chicos les llevaban flores a las chicas que les parecían bonitas o fueran de su interés. Yo no recibía nada por lo general; pero en octavo, cuando yo tendría unos 13 años, mientras todas recibían sus flores y yo permanecía con las manos vacías, llegó mi papá con un ramo de rosas y me lo entregó frente a todos.
Yo me vine a poner medio bonita después de los 25 años. Antes, era una morenita súper flaca a la que aún no le salían tetas. Una vez escuché a un grupo de chicos en el colegio comentando sobre el aspecto de las chicas, y cuando escuché mi nombre, se reían porque parecía un zancudo eléctrico. En ese momento fue doloroso pero ahora me río mucho, jajajaja zancudo eléctrico jajajaja.
La mayoría de mis camisetas era de chico, heredadas de mi hermano mayor. Me encantaba su ropa. Hice mi combo de amigas con quienes compartíamos las buenas calificaciones y una que otra excentricidad musical. Cuando cumplí mis 15 años, me regalaron una grabadora Sony con la que puse como 1000 cds quemados y grabé mis canciones favoritas de la radio.
Me volví una adicta a la música y volvía locos a mis papás con horas interminables de Britney Spears, un arsenal de EDM, Kenny Rogers, Silvio Rodríguez y puro eurotrash.
Estaba empezando a ser más popular y aceptada gracias a que monté mi negocio de hacerle las tareas a los bullys del curso. Obviamente tuve mi etapa de rebeldía, en la que decidí no volver a presentarme a cantar en los eventos del colegio porque estaba cansada de no saber cómo lidiar con mi ansiedad al bajarme del escenario.
También me conseguí el clásico novio poco favorable y medio delincuente por el que pasamos la mayoría de las mujeres, pero lo superé el día que lo pillé besándose con la prima de una compañera de mi curso. Mi destino era conocer otros mundos y un día de enero del año 2005, con tan solo 17 años, me fui de mi pueblo para irme a estudiar comunicación social en Bogotá.
Mi llegada a Bogotá
Yo quería estudiar artes plásticas pero mis padres no estaban muy seguros de esa decisión. Luego les dije que música y tampoco me lo aprobaron. Temían que muriera de hambre o me hundiera en las drogas. Me sugirieron comunicación porque parecía ser la carrera que complementaba todas esas virtudes, pero con algo que me podría brindar un equilibrio con la vida real.
Mi mamá soñaba con verme siendo presentadora de televisión, pero mi espíritu rebelde se negaba a la idea y quería como fuera ser cantante o una periodista de investigación temeraria y audaz.
Mi primer año fue súper duro porque era cambiar totalmente mi universo conocido, por uno con un clima muchísimo más frío en todos los aspectos. Mi piel y mi pelo se marchitaron por el frío. Tenía la piel totalmente pelada y mi pelo decidió ponerse como un nido de arrendajos.
Todos notaban que no era de Bogotá y me indagaban por mis orígenes. Pasé muchísima hambre porque mi cuerpo no entendía qué hacer para no morir de frío, así que quemaba mis pocas calorías en menos de nada.
Había días en los que el frío me perturbaba tanto, que empecé a tener problemas de rodillas y respiratorios. Subir las escaleras de la universidad era toda una odisea; sentía como dos grandes almohadas que se hinchaban cada vez más en cada rodilla. Estos dos problemas los vine a resolver años más adelante cuando empecé a montar en bicicleta.
En el tercer año que estuve en Bogotá, pasé por la peor experiencia amorosa de la vida hasta entonces. Cuando estaba en mi último año del colegio, conocí a un chico del pueblo vecino. Nos enamoramos y jurábamos que nos íbamos a casar.
Llegamos juntos a Bogotá para estudiar y terminamos tras casi 3 años de relación y quien tomó la decisión fue él, sin darme una razón. Casi que no lo supero. Entre tiempos muertos y cangrejeadas, duré casi 6 años tratando de sanar.
Pero como siempre, todo se supera. La vida me empezó a mejorar cuando noté que debía cambiar mis hábitos alimenticios y empecé a montar en bicicleta. Mme sentí más motivada como periodista y como músico.
En 2009 inicié mis prácticas como redactora en la revista Cartel Urbano. Ahí conocí a quien sería mi pareja por 11 años y con quien fundé Cornelia Bicis. Con esta empresa nos empezó a ir tan bien que yo comencé a trabajar tiempo completo en ella.
Así resulté como presentadora de televisión.
Mi mamá insistía en que trabajara como presentadora pero esas oportunidades yo las veía lejanas. No era mi objetivo, pero la idea no me molestaba. Todo el mundo sabe que eso es difícil. Pero emprender también lo es.
Hasta que un día se presentó la oportunidad en el 2013. Estaban haciendo la convocatoria para un programa viajando por Colombia en bicicleta, por Canal Trece.
Todos mis amigos de la bici me decían sobre eso, pero yo no conectaba. Se llegó el día de la audición y yo estaba en mi apartamento pasando el día y simplemente me paré y fui. Obviamente ya era tarde, y cuando llegué, fui la última persona en llegar y en presentar la audición. Fue en un estudio de televisión en el Parkway.
Cuando me puse frente a esa cámara, supe que ahí era mi lugar. Me sentía bien porque mi conocimiento sobre periodismo y bicicletas, era apreciado para los productores y para el director. Yo había nacido para esto. Experticia de pronto me faltaba porque era muy joven, pero tenía el espíritu.
El director era Josmi Amin Martelo (QEP) y la productora era Negrita Films. Ellos se caracterizan por hacer producciones de alto nivel creativo y fotográfico. Pasaron los días y me llamaron para confirmar que había sido seleccionada. Ese fue un día muy feliz.
Pasaron varios meses sin poder trabajar porque en cualquier momento me llamarían a rodaje y debía estar disponible. Recuerdo que cuando se llegó el momento del rodaje, me acompañaban 15 mil pesos en el bolsillo. Menos mal me dieron todo lo necesario y no tuve que invertir un peso en nada.
La experiencia del rodaje la dejaré para otro blog. Aquí les cuento que nos fue muy bien y nos ganamos un Premio India Catalina a Mejor Serie Documental en el 2014. Cuando regresé del rodaje, me pidieron matrimonio.
A comienzos de 2014 me contrataron para ser presentadora de Canal Trece. No me fue tan bien porque no supe gestionar la ansiedad que tuve durante esa etapa. Pero la vida me daría la revancha casi 10 años después. Luego de mi divorcio, y tras 3 años de tratar de levantar a Cornelia ante tanta cosa, decidí cerrar la empresa.
Esta experiencia en televisión de estudio, me dio la cancha necesaria para enfrentarme a una transmisión en vivo, cosa que hice día tras día por un año. Sin duda, la mejor escuela televisiva que hay.
Terminando el 2022, estaba nuevamente sin saber pa dónde agarrar, y al dar a conocer públicamente que cerraría Cornelia, me volvieron a llamar de Canal Trece para una audición. Cuando me paré frente a esa cámara, literal hice la prueba con hambre. Hambre de salir adelante, de tener éxito en alguna cosa porque llevaba varios años con muchos retos y luchas sin obtener nada más que aprendizajes. Yo quería ganar esta vez.
Y así fue. Tras varios meses de espera y mientras pedaleaba por alguna carretera del Meta cerca a la Serranía de la Macarena, me informaron que había sido seleccionada. Nuevamente pude respirar tranquila. Y esta vez, no lo soltaría por miedo o ansiedad. Fui a terapia para manejar mis episodios de ansiedad, para que no se me convirtieran en profundos y largos momentos de depresión. Vi esta faceta de frente, la acepté sin juzgarla y la usé a mi favor.
La mujer que soy hoy
Entendí que no importa el físico ni el concepto del éxito que nos clavan hoy en día. No importa si soy rara, al contrario, puede ser mi fortaleza. Ya no quiero caber en las expectativas de nadie ni me interesa ser la clásica vaca sagrada del periodismo, impoluta, buenorra y bien peinada. Lo mío es ser rebelde, sudada y feliz.
Sólo me interesa ser escuchada mientras hablo de las cosas hermosas, desagradables y distintas del mundo o al menos de lo que mi loca cabeza logra percibir. Estudio, leo, escribo, procrastino, fallo y acierto, pero no soy más que una muchacha llanera que está volviendo a creer en el amor, en sí misma y en las oportunidades de la vida.
No te niego que me preocupa subir de mis 57 kgs reglamentarios, que a veces me asalta la idea de no ser elegida, que hay días en los que me da durísimo socializar, pero me mantiene firme tu felicidad al acompañarme en mis aventuras de la vida, así sea frente a tu tv o tu celular.
Cada día trato de olvidarme, para verme más en las montañas, las selvas, las llanuras y en tu sonrisa.
Te recuerdo del programa de canal 13,no me lo perdía; estuviste hasta en mi ciudad la bella y fría tunja, desde entonces te sigo en redes, gracias por compartir tu historia, y adelante que en la vida hay muchas más pedalasos que dar. Un gran abrazo
Hola Gisel.
Me encantó tu blog. Escribes de una forma sencilla y fluida. Te conocí cuando eras una niña porque fui compañera de trabajo y aún amiga de tus padres. Me alegra mucho que estés haciendo lo que más te gusta hacer. Cómo tú, también soy pate perro y me faltan muchos lugares por visitar. Gracias a tu blog he agregado más lugares a mi lista.
Un abrazo, saludos a Gladys y Carlos.
GISEL, GRACIAS POR COMENTAR TU VIDA, TE CUENTO QUE SOY DE SOGAMOSO, PENSIONADO DE LAS FF MM. CON EL GRADO DE MAYOR DEL CUERPO DE INFANTERÍA DE MARINA DE LA ARMADA NACIONAL, ACTUALMENTE TRABAJI EN SI18 CALLE 80, COMO OPERADOR DE BUS BIARTICULADO, VIVO EN FUNZA, SIEMPRE TE HE ADMIRADO POE ESE ESPÍRITU AVENTURERO, NUEVAMENTE TE FELICITO, BENDICIONES
Querido Manuel. Muchísimas gracias por lo que me dices. Es un trabajo hermoso el que haces y lo admiro un montón. Espero que me sigas acompañando en mis chc¿oco aventuras porque este año habrá más. Te envío un gran abrazo bicicletero. Tu amiga, Gisel.