BUCARAMANGA: EL PUNTO DE INFLEXIÓN.

Bucaramanga es una hermosa ciudad. Pero debo decirte que no nos fue tan bien como esperábamos. No fue por culpa de la ciudad, sino de los designios del destino. Salimos de Barichara por una carretera que llevo en mi corazón. Esa carretera pasa por Zapatoca y por el cañón del Río Sogamoso. Pasé por ahí hace un tiempo con unas amigas y desde entonces se convirtió en una de mis carreteras favoritas de Colombia.

Esa parte del trayecto fue hermosa. Estábamos felices y el día estaba en todo su esplendor. El plan era llegar a un Arbnb en Bucaramanga que, al parecer era muy bonito, pero nuestros planes cambiaron drásticamente y fue un punto de inflexión durante el roadtrip lunamielero. Tanto así que consideramos regresar a Bogotá.

Ajá, pero antecitos de contarles el chisme, les cuento que paramos a tomar agua, a preparar cafecito y a comer frutica en una vereda llamada La Fuente. ¡Qué vereda tan bonita y tan tranquila! La carretera estuvo retadora porque había varios pasos de ríos entre la montaña y con letreros que decían: Si el río está crecido, transite con precaución. Peligro de muerte. Y nosotros pasando felices atravesando esas caídas de agua y embobados con el paisaje.

Una parada técnica en la vereda La Fuente, entre los municipios de Galán y Zapatoca.

Es muy loco ver cómo pasamos por todo eso y el peligro nos vino a aparecer llegando a Bucaramanga. Resulta que en el Round Point del Makro entre Floridablanca y Bucaramanga, íbamos en busca del hospedaje, pero las indicaciones que nos dieron eran algo confusas para nosotros. Notamos que la cultura de conducción en este sector, es bien guerrera. Salían motos por todo lado, la gente se atravesaba, los carros pitaban porque sí y estábamos rodeados de mucha hostilidad.

Entendemos que conducir en algunas ciudades puede ser todo un reto. ¿Te has encontrado con alguna ciudad así? Cuéntame en los comentarios. El caso fue que venía una volqueta en la cara interior del round point e iba de salida. Todo eso llevó a que nos chocará provocando un impacto muy fuerte en nuestro carro. Después del golpe, me bajé para verificar qué había pasado y casi me desmayo al ver el hueco que le hicieron:

Tras el choque, no hubo peleas ni nada. Estábamos algo nerviosos por el suceso y de ahí para adelante, seguirían los retos. Después de las gestiones post accidente, no encontrábamos el hospedaje y resultamos perdiéndonos en un barrio bien tenebroso. Llegamos a una subida terrible por la que casi nos vamos de rabo. A eso súmale que salió una jauría de perros dispuestos a lo que sea, ladrando y mostrando sus dientes de manera retadora.

Anochecía y no lográbamos encontrar el lugar. Asustados y cansados decidimos quedarnos en otro lugar.

Estábamos algo frustrados y contemplamos la idea de regresar. Pero Roey dijo: -Podemos continuar, ya estamos aquí. Sería un desperdicio volver.- Tenía razón. La Gisel nerviosa se sintió tranquila y le dijo sí a esta oportunidad de seguir en la carretera. Fue la mejor decisión del mundo.

Decidimos salir de Bucaramanga temprano. Teníamos el reto de seguir usando el carro en esas condiciones y ahí se juntaban dos nuevos obstáculos. La puerta del conductor no abría y a Roey le tocaba entrar por la puerta de copiloto haciendo maromas para entrar y salir. Además, no podíamos activar la alarma del carro. Tocaba parquearlo en lugares muy seguros y nuevamente, echarnos la bendición.

Para rematar, por donde pasáramos, la gente curiosa gritaba algo con respecto a la terrible abolladura. Lo curioso era que escuchamos esas exclamaciones en todos los dialectos de todos los departamentos que pasamos.

Escuchamos expresiones en santandereano, en costeño, en wayúu y en paisa. -¡No joda mano, qué le pasó!- Santander. -Errrrrda primooooo, culehuecoooo- en la Costa. -Eh ave María por Dios qué me les pasóooo- En Paisa. El Wayúu se los debo porque ni idea. Todos, niños, jóvenes, adultos, ancianos, todos tenían que decir algo al respecto, agarrándose la cabeza como si les hubiera pasado a ellos mismos.

Daba como pena pero ya después nos valía. Nos reíamos y nos acostumbramos a contar la historia del choque una y otra vez. Nos acostumbramos a esta nueva rutina y nos adherimos a ella con amor. Fue un evento transformador que nos llevó muy lejos y nos dió muchas alegrías.

Al día siguiente, el objetivo era llegar lo más lejos posible, evitando al máximo quedarnos en San Alberto, Cesár. La última vez que pasé por ahí en el 2022, tuve un momento no tan chévere. Iba con unas amigas y nos encontramos con tres riñas callejeras. Después, en un parque en el que había mucha gente como enrumbada, nos tiraron varias mechas de pólvora quemándonos levemente nuestra piel y abriendo huecos en nuestra ropa.

Nunca entendí la razón de ese ataque. Miramos alrededor y nadie se inmutó, nadie dijo nada, una risa o una maldición. Lo único que vi, era una cantidad alarmante de carteles que promovían el no uso de la pólvora. Fue perturbador pero al fin de cuentas, hace parte de la dinámica viajera encontrarse con costumbres que pueden ser poco comprensibles para algunos.

Volviendo a la luna de miel, el impulso nos llevó hasta Pailitas y nos quedamos en un hotelito pequeño, agradable, limpio, de tan sólo $40.000 la noche. El objetivo era llegar a Santa Martha al día siguiente. Madrugamos, hice cafecito en la cocinita portatil y en el parqueadero nos encontramos con una familia entera que iba en moto para Punta Gallinas; salieron del Huila, con un niño y todo.

Tomamos tintico, hablamos de bicis y seguimos por nuestro camino. Ah, y por supuesto nos dijo en huilense su opinión del estrellón. Estábamos contentos: Ese día veríamos por fin el mar.

EL MAPA Y LA RUTA PA QUE TE LA HAGAS

Bucaramanga – Pailitas

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